A la hora de volver,
En el medio de este desierto enmarañado
Que me retiene y aleja de tu vera,
Exprimo mis miserables disculpas,
Las depuro,
Las intento bautizar
Y hacerlas poesía,
Pero no,
No, no, no.
No es posible.
Mi debilidad y mi cobardía
Agrandan este desierto helado
Y yo lo único que debo decir es
Perdón,
En el medio de este desierto enmarañado
Que me retiene y aleja de tu vera,
Exprimo mis miserables disculpas,
Las depuro,
Las intento bautizar
Y hacerlas poesía,
Pero no,
No, no, no.
No es posible.
Mi debilidad y mi cobardía
Agrandan este desierto helado
Y yo lo único que debo decir es
Perdón,
Perdón,
Y mil veces
Perdón.
Sin más.
Sé que un día,
Cualquier día,
Me olvidarás del todo
Y ya no querrás ni cortarme a cachitos.
Entonces sabré que debo seguir cual anacoreta,
Cual el cobarde insulso que soy
Pidiéndote perdón,
Perdón
Y un millar de veces
Perdón.
Contra el resto del tiempo que me quede
Lucharé para llegar a tu vera,
Con o sin dinero,
Con o sin otro ladrillo en este muro
Que es mi desierto...
Desierto gélido
En el que tantas veces
Musito:
Ojalá estuvieras aquí.
Para luego pedirte,
Como si fuese un mantra mahayano,
Perdón...
Perdón,
Y otras mil ocasiones más,
Perdón.
Entonces me doy cuenta de que sólo diciendo perdón,
Confortablemente entumecido en él,
En cada uno de sus fonemas,
Jamás iniciaré mi carrera hacia otro infierno:
El de tu indiferencia.
De modo que correré
Para ganarme ese Paraíso
Que es tu regazo
Y allí no diré perdón,
Perdón,
Ni una sola vez más
Perdón.
Y lo cambiaré todo por un poema,
¿Por éste?
Y te diré
Te amo.
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