Elevo una queja hasta el Cielo,

Allí se convierte en lágrima

Que cae despacio, insidiosa,

Hasta el centro mismo de mi alma.

Reclamo, sólo reclamo,

Un poquito de paz interior,

De paz de cuerpo y alma,

De pura y simple paz.

Y me siento Sísifo y su piedra,

Prometeo y su hígado,

Paolo tan cerca y tan lejos de su Francesca,

Giangiotto traicionado.

Elevo una queja hasta el Cielo

Y me doy cuenta de que es estéril

Porque no hay paz ni jamás la habrá

Si no hay ni atisbo de justicia.

Altos fresnos
Hechos cadáver
Tras dos siglos de vida,
¿Por enfermedad?
¿Por ancianidad?
¿Por sequedad?

No

Por puro afán de enriquecimiento,

Por pura y simple avaricia,

Por pura, simple y eterna necedad.

Sí

Luego querremos futuro,

Luego gritaremos pasado,

Luego nos quedaremos sin presente...

Quizás

Y vendrán más vampiros,

Y succionarán cada gota de vida,

Sea fresno, río o ciudadano.

Seguro

Y, ¿dónde estará entonces el votante

El cenutrio incapaz de ver futuro,

El ignorante cuya música son treinta monedas?

No lo sé.

Pero yo estaré muerto,

Como mi tierra gracias a éstos,

Como los bicentenarios fresnos.

Evidentemente,

Muerto.

Clavo clavos claros,

Nacarados en la valva

Para cerrar esta ostra

Que es mi mundo,

Que no es el mundo.



Encolo con cola incolora,

O coloreada de nada

Para cerrar cierta concha,

La que es mi mundo,

La que no es el mundo.



Cando candados encadenados,

Vínculos vinculados a la valva

Para cerrar y nunca más abrir

Mi mundo lamelibranquio

Que no es este mundo.



Así escucharía mi alma,

Así sonaría mi mente,

Así gozaría del silencio

Y, quizás, volvería a ser yo.

Y, quizás, te vería con el corazón:


Cerrado,

Encolado

Y encadenado

Te encontraría...

Te volvería a encontrar.

Desde la soledad más absoluta,

Desde el cerro en el desierto,

Desde el islote sin aves,

Desde el corazón más dolido...

No puedo más.

Desde el parduzco atardecer,

Desde la gélida mañana,

Desde la noche de luna nueva,

Desde esa tarde de guerra...

No puedo más.

Desde el despacho silente,

Desde el dormitorio blanquecino,

Desde el salón sin comensales,

Desde el corredor a ninguna parte...

No puedo más.

No puedo seguir luchando,

No puedo seguir este camino,

No puedo vivir sin vida,

No puedo ni quiero...

No puedo más.

Desde la solitaria franqueza...

No puedo más.

Para qué,
Para qué luchar,
Para qué luchar contra molinos
Si los primeros en soplar somos nosotros.

Para qué,
Para qué morir,
Para qué morir desangrados
Si la sangre nos la hacemos unos a otros.

Para qué,
Para qué soñar,
Para qué soñar despiertos
Si los sueños de la razón son ogros.

Para qué,
Para qué vivir,
Para qué vivir civilizados
Si civilización significa vivir para otros.

Hay tantos para qué
Como tantos hijos de puta.
Hay tantas ganas de seguir
Como de ajusticiarlos a todos.
Y tras verlos exangües
Quizás nos preguntemos
Y todo esto para qué.

Soplé con fuerza mi magia

Para que alcanzase a tus sueños.

Soplé con tantas ganas

Que los copé un buen rato.

Luego,

Inocente de mí,

Sentí,

Torpe y soberbio,

Que eras tú quien copaba,

Y cómo,

Todos mis sueños...

Soplé una vez más

Para poder despertar

Y cuando lo hice

Te vi allí,

Desnuda y sonriente.

Soplé entonces suave

Para retirar tu cabello

Y poder comprobar

Lo hermosa que eres

Y cumplir,

Y cómo,

Todos mi sueños...

Pájaros

En ausencia de Dios,

De un Dios verdadero,

Busqué unas alas de ave.

No de belleza extrema,

Ni de tamaño brutal.

Busqué alas de pájaro,

Busqué poder volar

Y buscar a cada Dios,

A cada trocito de Dios

Desde el aire relativo,

Desde la tierra no hollada.

Sajé nubes en su busca,

Me extenué impaciente,

Reí y lloré en soledad.

Y al final...

Sí, sólo al final,

Lo encontré en tus ojos.

Entonces canté,

Triné como un mirlo a la mañana,

Como un canario a la luz,

Como un jilguero a la libertad

Y tú sonreíste

Para que yo viese a Dios...

A cualquier Dios verdadero.